Cuando empecé de forma consciente mi camino de desarrollo personal, mi vida era un cuadro.
Hace más de 20 años que me di cuenta que tenía un serio problema con las mujeres. Y de ahí a darme cuenta que el problema era interno y de cómo me relacionaba con lo femenino, con mi energía femenina.
El caso es que había escuchado información sobre círculos de mujeres y busqué en internet si había algo de "eso" cerca de mi zona.
Era lo que menos me apetecía en el mundo, te lo juro.
Y, oh casualidad, había una mujer que los hacía a pocos kilómetros de donde vivía.
Me apunté.
Aparecí el día de la cita en el lugar indicado, que resulta que era al aire libre, en un parque de robles precioso de la ciudad.
Cuando llegué y vi un altar en el centro, se me pusieron los pelos de punta.
Había velas, imágenes de personajes que no conocía, flores, minerales y más cosas que no me acuerdo.
Casi salgo de allí pitando pero me dije, espérate a ver de qué va esto.
Por mi cabeza cruzaban un montón de ideas, creencias y asociaciones religiosas que me daban repelús.
Era al atardecer y los vecinos paseaban por allí. Y yo pensaba "si es que esto parece alguna cosa rara de brujería o una secta. Sabe dios lo que estará pensando la gente." Me sentía con miedo, con desconfianza pero algo me decía que me quedara, que observara. Y la chica que lo hacía parecía un amor, así que me quedé.
Hoy somos amigas y tiempo después me dijo que aquel primer día llegué encorvada, agazapada en mi abrigo, manteniendo la distancia, mucha distancia. Y que solo miraba, lo miraba todo sin decir una palabra.
Un cuadro.
Hoy te puedo decir que fue una de la mejores decisiones que tomé y, sin duda alguna, un gran punto de inflexión que marcó mi vida.
Un altar no es decoración. Tampoco un rincón bonito para poner cuatro cosas místicas. Es mucho más que eso. Es un espacio simbólico que te ancla, te recuerda, te sostiene. Y, sobre todo, te conecta.
Conectar contigo.
Con lo que es sagrado para ti.
Con tu intención.
Con tu proceso.
Y no, no necesitas ser una persona religiosa o espiritual para tener uno.
De hecho, muchas personas crean altares sin llamarlos así: el rincón donde ponen fotos de su familia, un pequeño espacio con velas, flores o elementos que les traen paz. Todos ellos tienen algo en común: funcionan como puentes simbólicos que conectan lo visible con lo invisible.
Vivimos en una cultura que nos empuja hacia fuera: hacer, producir, correr, tener. Pero muy pocas veces nos enseña a parar, a crear un espacio interno y externo de sentido.
Un altar no es algo externo que viene a resolver tu vida. Es una forma de recordarte que ya tienes lo necesario dentro. Y que necesitas un espacio donde poder volver a ti.
Los rituales nos devuelven dirección cuando estamos perdidas. Nos dan estructura emocional. Crean un lenguaje simbólico que habla directamente al subconsciente y al cuerpo. Y un altar es el epicentro silencioso de todo eso.
Porque un altar:
No necesitas ser experta en rituales ni tener creencias específicas.
Solo hace falta querer volver a ti.
Puede que te parezca que esto es muy “espiritual” o “alternativo”, pero lo cierto es que hay estudios que avalan la eficacia emocional de los rituales:
Mejoran la regulación emocional.
Aumentan la autoestima y el sentido de dirección.
Reducen la ansiedad y el estrés.
Favorecen la resiliencia frente a experiencias de pérdida o duelo.
Rafael Nadal, ganador de 20 torneos Grand Slam de tenis individual, tiene rituales muy marcados antes y durante sus partidos. Estos rituales forman parte esencial de su preparación mental y emocional para competir al máximo nivel.
Nadal ha explicado que estos rituales no son supersticiones, sino rutinas que le ayudan a concentrarse, reducir la ansiedad y mantenerse focalizado en el partido. Según él, estas acciones le proporcionan seguridad y le ayudan a aislarse de distracciones externas, siendo una herramienta psicológica para afrontar la presión y el estrés de la competición.
Por ejemplo, investigaciones lideradas por la psicóloga Valerie van Mulukom, de la Universidad de Coventry, han demostrado que los rituales, tanto religiosos como seculares, ayudan a reducir la ansiedad y el estrés al ofrecer una sensación de estructura y predictibilidad frente a la incertidumbre.
Estos estudios también señalan que la participación en rituales de grupo puede aumentar el umbral del dolor, potenciar emociones positivas y fortalecer los lazos sociales.
Otro estudio realizado en la Universidad de Harvard encontró que realizar un ritual previo a una tarea estresante, como cantar en público, ayuda a controlar el ritmo cardíaco y disminuye la ansiedad, en comparación con quienes no realizaron ningún ritual previo.
Un altar es un pequeño espacio donde colocas objetos significativos de forma consciente. Cada objeto tiene un sentido. Una función. Una carga simbólica. Pero sobre todo, el conjunto crea un campo energético y emocional que te ayuda a:
Enfocar tu intención.
Entrar en un estado de presencia.
Recordar lo que es importante para ti.
Tener un lugar donde soltar, agradecer, pedir, visualizar o simplemente estar.
El acto de colocar símbolos fuera de ti, con orden y sentido, ayuda a ver más claro lo que está dentro. Te da foco.
Tener un lugar al que volver —aunque sea unos minutos al día— reduce la sensación de caos interno. Es tu centro en medio del ruido.
El lenguaje simbólico del altar actúa a nivel profundo. Le dice a tu mente: “esto importa”. Y esa energía empieza a moverse.
Los rituales en el altar te ayudan a sentirte parte de algo mayor, a conectar con la Tierra, con tus ciclos, con tu camino.
Es un lugar donde puedes llorar, soltar, renacer, agradecer. Todo cabe, si lo haces desde la verdad.
Lo más importante es que no hay reglas rígidas. Pero sí hay claves que pueden ayudarte:
Un altar necesita un sitio que te inspire respeto, calma o recogimiento. Puede ser una esquina, una repisa, un mueble pequeño. Lo importante es que sientas que “es ahí”.
Antes de colocar nada, limpia el espacio físicamente y energéticamente. Puedes usar:
Agua con sal o aceites esenciales
Humo de hierbas (romero, laurel, salvia...)
Sonido (cuenco, campana)
O simplemente tu presencia e intención clara
Piensa en qué quieres representar. ¿Un proceso personal? ¿Un nuevo inicio? ¿Un agradecimiento? ¿Un duelo? ¿Una intención?
Algunos objetos que puedes incluir:
Elemento Tierra: piedra, cristal, concha, sal, arena.
Elemento Agua: cuenco, agua, caracola, copa.
Elemento Aire: pluma, incienso, símbolo del pensamiento.
Elemento Fuego: vela, carbón, sol.
Elemento Éter: algo que represente tu esencia o tu visión.
Además, puedes sumar:
Fotos o símbolos personales.
Objetos que representen guías, ancestros, totems.
Flores, hojas, frutos.
Palabras, cartas, intenciones escritas.
No es solo poner cosas. Es darle vida. Puedes hacerlo a tu manera, o con un pequeño ritual:
1. Respira y coloca tus manos sobre el altar.
2. Di en voz alta tu intención para este espacio.
3. Nombra los elementos y lo que representan.
4. Agradece. Haz silencio. Respira.
Visita tu altar. No como obligación, sino como regreso. Puedes hacerlo con:
Un gesto cada mañana o noche (una palabra, una vela, una respiración).
Rituales de luna, de estaciones, de aniversarios.
Renovando los elementos cuando lo sientas.
Tu altar crece contigo. Cambia contigo. No es estático. Es un organismo simbólico que refleja tu evolución.
Crear un altar no te convierte en mística, ni en bruja, ni en nada extraño. Te convierte en alguien que elige vivir con presencia y dirección.
Es un acto silencioso de poder. De recordar que el alma también necesita un lugar donde habitar, descansar y expresarse.
Y ese lugar puede empezar en una esquina de tu casa. En un cuenco. En una vela. O en ti.
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